16 de enero
de 2012 | OPINIÓN | Por: Martín Santibáñez Vivanco*
No sorprende en absoluto la estrecha comunión de objetivos que comparten el socialismo del siglo XXI y el chiismo teócrata.
A raíz del encuentro entre Mahmud Ahmadineyad y los
líderes del socialismo del siglo XXI recordé el famoso cuadro de Grigori Shegal
dedicado a Joseph Stalin, titulado 'Dirigente, maestro y amigo'. La pieza
refleja hasta qué punto la ideología puede convertirse en un sucedáneo de la
religión. En ella se observa al todopoderoso líder de la Unión Soviética
atendiendo con gesto paternal a los trabajadores bajo la estatua de un Lenin
cuasidivinizado. Así, convertido en el sumo sacerdote del marxismo-leninismo,
Stalin consolidaba la mitificación de su figura en aras de objetivos
estrictamente políticos.
Carl Schmitt, un
intelectual que al igual que Shegal fue seducido por el espejismo de Siracusa,
sostuvo que todos los conceptos significativos de la moderna teoría del Estado
son, en esencia, "conceptos teológicos secularizados". Similar
extrapolación puede aplicarse a la política capturada por la ideología. Sus
columnas teóricas son derivaciones de una teología del poder, porque abrazan la
escatología y el mesianismo como claves de interpretación teórica. La figura de
un Stalin conductor de masas que dirige al proletariado en pos de la utopía
ácrata ilustra bien el afán trascendente del materialismo sistémico, una
familia ideológica que ha sobrevivido a la caída del muro de Berlín y
experimenta un proceso de regeneración.
El socialismo del
siglo XXI defiende esta clase de dogmas políticos. La Venezuela chavista, el
correísmo ecuatoriano, el sandinismo de los Ortega y el indigenismo de Evo
Morales pertenecen a la misma matriz de pensamiento. El populismo
latinoamericano, sin dejar de ser un estilo concreto de la acción pública, está
enraizado en una cultura política proclive al autoritarismo y a la
sacralización de los detentadores del poder. Así ha sido con todos los
caudillos latinos, desde Porfirio Díaz hasta Perón.
El culto a la
personalidad es anterior a las repúblicas y se hunde en los grandes imperios
del pasado. Bolívar republicaniza el deísmo cultural y lo fomenta. La 'oración
de Pucará' recitada por José Domingo Choquehuanca en honor al Libertador denota
el profundo mesianismo de nuestros pueblos: "Quiso Dios formar de salvajes
un gran imperio; creó a Manco Cápac; pecó su raza y lanzó a Pizarro. Después de
tres siglos de explotación ha tenido piedad de la América y os ha enviado a
vos. Sois pues, el hombre de un designio providencial".
Por eso no
sorprende en absoluto la estrecha comunión de objetivos que comparten el
socialismo del siglo XXI y el chiismo teócrata. La figura del imanato, la
absolutización de la verdad política, la construcción artificial de enemigos
externos e internos y el carácter mesiánico del conductor popular son
características comunes que aproximan ideológicamente al bloque chavista e
Irán. Es natural que regímenes piramidales que gozan de importantes respaldos
fundados en redes clientelistas y estrategias cepalianas busquen construir
barreras comunes a la crisis global que amenaza con expandirse. Si bien las
sociedades abiertas han de tener en cuenta los objetivos geopolíticos de la
alianza socialchiista, también es preciso introducir los incentivos adecuados
capaces de mejorar la cultura política de la región, variable fundamental al
momento de explicar la debilidad institucional que tanto caracteriza a las
democracias latinas. Ese es el gran reto que debemos enfrentar.
* Investigador del
Navarra Center for International Development de la Universidad de Navarra
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