REPORTAJE| Por: ALFREDO
MOLANO BRAVO| Publicado: mayo.12, 2013
El jefe del equipo negociador de las Farc, ‘Iván Márquez’, junto al recién ingresado a la delegación insurgente, ‘Pablo Catatumbo’. /EFE |
El periodista Alfredo Molano Bravo viajó a la Habana (Cuba), donde el gobierno Santos y la guerrilla de las Farc adelantan conversaciones de paz.
Los comandantes
guerrilleros sostuvieron que no fueron hasta allí para entregar las armas que
el Estado no le ha podido quitar en 50 años de confrontación.
En el Hotel Sevilla se reunió con
‘Pablo Catatumbo’, ‘Iván Márquez’ y ‘Jesús Sántrich’ para conocer los
planteamientos del equipo negociador de la insurgencia sobre los diálogos que
avanzan hacia la novena ronda. Los comandantes guerrilleros sostuvieron que no
fueron hasta allí para entregar las armas que el Estado no le ha podido quitar
en 50 años de confrontación. Este es el relato del encuentro con los jefes
guerrilleros.
Pasar del Duty Free de San
Salvador a la calle del Obispo en La Habana Vieja es cambiar de mundo. De
tiendas atestadas de perfumes, relojes, licores, corbatas de seda, tacos de
puntilla y bares a media luz, en tres horas se pasa —después de sobrevolar los
azules marinos, los ocres de tierra y los verdes de cañaduzal— a un comercio
pobre, pero no triste: en cada esquina hay un conjunto tocando y cantando
ritmos que los peatones bailan cuando pasan y los extranjeros miran y oyen
mientras se toman un daiquirí. Cuba es hoy una sociedad empobrecida que se
empeñó en construir “golpe a golpe” una utopía. Bella sí, pero utopía también.
La reconstrucción de La Habana Vieja va andando a paso caribeño; hay soberbios
edificios de fines del siglo antepasado y comienzos del pasado —cuando había
reyes del azúcar y capos del alcohol de contrabando, y un precursor del
narcotráfico de la cocaína fabricada en Barranquilla y mercadeada por un
paisa—; avenidas amplias como El Prado, inspirada en las Ramblas de Barcelona,
y un malecón abierto al mar y a la brisa.
A la habitación 615 del
magnífico Hotel Sevilla, donde yo garabateaba la columna sobre la Madre Laura y
donde se alojó Al Capone, me llamó Pablo Catatumbo. Había hecho mil vueltas
para conversar con él, a quien conocí en Caracas después de las conversaciones
que las Farc y el gobierno de Gaviria iniciaron en Cravo Norte y terminaron en
el fracaso de Tlaxcala. Pablo es hoy la voz que le ahogaron a Alfonso Cano con
toneladas de explosivos lanzadas desde 35 helicópteros de la Fuerza Aérea
Colombiana. Una hazaña de la causa, digo yo. Catatumbo era el sucesor natural
de Cano y su mando va desde Tolima y Valle hasta Cauca y Nariño. Carlos Castaño
asesinó a su hermana y el Ejército ha tratado de cazarlo muchas veces. Pero ahí
llegó al lobby del hotel con guayabera y en compañía de Iván Márquez —jefe de
la delegación de las Farc que trata de llegar a un acuerdo de paz con el
gobierno de Santos— y del enigmático comandante Sántrich. A Iván lo conocí en
el Caguán cuando el Mono Jojoy conversaba con Carlos Ossa, Pardo Rueda y María
Jimena Duzán sobre la sustitución de cultivos de coca de los campesinos por
cacao. A Sántrich no lo conocía, pero quería conocerlo porque me parece que es
el hombre que les pone un tono macondo a las muy acartonadas reuniones con el
Gobierno. Me habría gustado hablar también con De la Calle, con Alejandro Reyes
y con el no menos enigmático doctor Sergio Jaramillo, pero el palo aún no está
para hacer cucharas.
La reunión con los tres
comandantes comenzó con un “¿qué más?” rodeado de un incómodo silencio de
asesor; una especie de pregunta que nadie responde y que termina como debe ser:
en puntos suspensivos. Luego se bordea, se pide un café y se remata con un
mojito para entrar en materia, que no fue mucha: puntadas sobre una telaraña
(lo que las señoras llaman pespuntear). Iván dio un primer paso: “¿Y qué lo
trae por aquí?”. Pues, como le digo —en realidad no le había dicho nada—,
quiero saber en qué están ustedes. “Ahí vamos —me respondió sonriendo—, en la
brega. El Gobierno está duro y nosotros no vinimos a rendirle las armas a quien
no ha podido quitárnoslas”. Entonces —pregunté haciendo de abogado del diablo—,
¿en qué puede parar el negocio, si ustedes no tienen otro capital? “Nosotros
—dijo Pablo— tenemos pueblo, estamos hechos de pueblo; la gente nos quiere y
nos sigue, la prueba está en que la llamada sociedad civil quiere participar en
los diálogos, y lo ha hecho. El Gobierno tiene miedo de abrir puertas y
ventanas”. Acepto el argumento. Pero, me atravieso: Uribe también tiene pueblo.
“El poder sirve para agarrar pueblo a mansalva, hasta de locos de atar como
Pachito —argumenta riéndose Santrich, que no pierde una acidez demoledora y burlona
pese a estar casi ciego—. Pero, vuelvo yo a la carga: ¿Y de los fierros, qué?
Iván responde: “Las armas no se entregarán, desaparecerán, así como aparecieron
para enfrentar la persecución y el asedio de esa trinca hecha por
terratenientes, militares y paramilitares, llámense estos Chulavitas, Pájaros,
Guerrillas de Paz o bacrim. Es que el negocio es entre dos partes y el Gobierno
tiene que comprometerse a no dejársela montar de los ganaderos, de los
generales y de Los Urabeños. Debe asegurarnos, y no con meras palabras, que la
negociación va en serio y que supone enmiendas profundas”. A papaya servida,
papaya partida —pienso yo—, antes de soltarles la siguiente provocación:
¿Enmiendas a la Constitución? “No hay guerra civil en nuestra historia que no termine
con una nueva Constitución, comenzando con la guerra de Independencia, que dio
nacimiento a la Constitución de Cúcuta, pasando por el triunfo de Mosquera en
1861 y la Constitución del 63 —de la que mucho hay que aprender—, hasta la
reaccionaria Carta del 86, fruto del triunfo militar del nuñismo en el 85. Pese
a todo, a la del 91 le faltó ‘un hervor’ porque no estuvimos nosotros”.
Ahora no está Marulanda, que era
ante todo un campesino. Hoy son ustedes, hombres y mujeres formados en la
universidad, los que tienen el mando —comento con cierta prudencia—. “Sí, así
es, dice de nuevo Pablo, pero su sucesión estaba preparada; en las Farc nada ha
cambiado. Las mismas ideas que nos llevaron a la guerra son las que defendemos
en la mesa y mañana en la calle. No sólo estábamos preparados para la muerte
del camarada, sino para la de Reyes, la del Mono, la de Alfonso y la de
cualquiera de nosotros. Tenemos una institucionalidad fuerte. No tenemos sólo
plan B, tenemos muchos. Pensamos, como guerreros que somos, con flexibilidad,
pero sin abandonar los principios ni ablandarnos. El Gobierno sabe, aunque diga
lo contrario, que no estamos derrotados. ¿O es que está aquí de pura
cachaquería? Y, para ser justos y claros: aceptamos que tampoco hemos podido
derrotar a sus fuerzas armadas. Lo que también se debe saber es que no vamos a
pagar cárcel, no luchamos por disminuir sentencias; nosotros estamos en armas
porque no acatamos la Constitución vigente y sabemos que por la paz las cortes
internacionales están dispuestas a sacrificar su rigidez. La guerra la sienten
los militares, los ganaderos, los empresarios. La guerra no la pagamos sólo
nosotros, los combatientes y nuestras familias, sino el pueblo en general. La
verdad es que aquí todos, incluidos los medios de comunicación, somos también
victimarios. Que nadie venga ahora a lavarse las manos con avemarías ajenas.
Que se sienten con nosotros todos los victimarios y que traigamos todas las
víctimas. Y que crezca la audiencia, como diría Jorge Zalamea.
Colombia no es una excepción en América Latina, donde se han dado y se están dando cambios muy profundos. Colombia tiene una asignatura histórica pendiente: la democracia. Nosotros estamos dispuestos y, como dice el corrido de José Alfredo Jiménez, ‘si nos dejan’, a contribuir a construirla. Y si no nos dejan, peor para ellos”. Silencio. Un remate que nos volvió al silencio de puntos suspensivos. Para cortarlo, pregunté: ¿Y de la bella holandesa, qué? “Ella —dijo Iván— ha sido muy maltratada por la prensa. Ella es una internacionalista, una mujer que no sólo habla colombiano y piensa como colombiano, sino que sabe más que usted, Molano, de los problemas agrarios del país”. Remato yo con torpeza: Ella sin botas y con tenis se debe ver más linda.
Silencio final. Puntos suspensivos.
Colombia no es una excepción en América Latina, donde se han dado y se están dando cambios muy profundos. Colombia tiene una asignatura histórica pendiente: la democracia. Nosotros estamos dispuestos y, como dice el corrido de José Alfredo Jiménez, ‘si nos dejan’, a contribuir a construirla. Y si no nos dejan, peor para ellos”. Silencio. Un remate que nos volvió al silencio de puntos suspensivos. Para cortarlo, pregunté: ¿Y de la bella holandesa, qué? “Ella —dijo Iván— ha sido muy maltratada por la prensa. Ella es una internacionalista, una mujer que no sólo habla colombiano y piensa como colombiano, sino que sabe más que usted, Molano, de los problemas agrarios del país”. Remato yo con torpeza: Ella sin botas y con tenis se debe ver más linda.
Silencio final. Puntos suspensivos.
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