ANÁLISIS| Por: EDUARDO MACKENZIE | Publicado: mayo.17,
2013
Los delegados del gobierno en la Mesa de Negociaciones de La Habana con las FARC |
Las Farc han convencido a los negociadores de Santos que la prioridad de los diálogos en La Habana no es alcanzar la paz en Colombia sino obtener “el fin del conflicto”.
Eso es lo que tiene desesperado y
ofendido al país: la actitud inepta e insidiosa de un Estado democrático que
termina capitulando, por los desatinos egoístas de un
mandatario, ante una minoría terrorista.
Las Farc han convencido a los negociadores de
Santos que la prioridad de los diálogos en La Habana no es alcanzar la paz en
Colombia sino obtener “el fin del conflicto”. La diferencia entre lo
uno y lo otro no es tan tenue ni tan ininteresante como nos quieren hacer
creer. Son dos escenarios muy diferentes.
Las Farc han dicho que no están dispuestas a entregar las armas sino que
éstas, si se llega a un acuerdo con Santos, “desaparecerán” como
“aparecieron” cuando las Farc fueron fundadas. Esas armas ocultadas,
estiman las Farc, son la garantía de que lo pactado será cumplido. Es decir,
ellos desaparecerán posiblemente sus armas pero no definitivamente.
El mensaje que envían las Farc de esa manera es que ellas le firmarán un
papel a Santos si éste les garantiza lo que dice el “marco jurídico para la
paz”, es decir la impunidad total a sus crímenes y la libertad completa para
invadir el terreno político y mediático del país, más todo lo que están
pidiendo en La Habana: la exigencia de la “reducción” de las Fuerzas Militares
y la desmilitarización permanente de inmensos territorios del país mediante el
pretexto de las “zonas campesinas” (los 42 000 km² de la época triste del
Caguán no serán sino un pálido recuerdo de lo que quieren obtener ahora), y el
cambio de la doctrina militar. También querrán cambiar, por qué no, el
sistema económico y el sistema de alianzas internacionales del país.
A cambio de eso, y a partir de esa firma, el cese de las acciones armadas de
las Farc será efectivo pero ese cese será únicamente provisorio.
Los ataques contra la sociedad y contra el Estado recomenzarán, desde
luego, cuando las Farc lo consideren oportuno. Todo depende para ellas de la
situación interna del país y de la evolución del campo internacional,
especialmente de la estabilidad de las dictaduras que sostienen el proyecto de
las Farc y del auge o decline del tráfico de drogas a nivel mundial.
Sin embargo, obrar de esa manera tan hipócrita no será violar el acuerdo
con Santos pues las Farc no habrían pactado con él desmantelar sus estructuras
de fuerza y dejar definitivamente en paz a Colombia sino únicamente llegar a un
“fin del conflicto”.
Las Farc no pactarán siquiera ponerle un fin definitivo al conflicto.
Ellas aceptarían llegar a un fin provisional del conflicto. Esa perversión de
los objetivos anunciados por Santos desde hace seis meses, cuando comenzaron
los encuentros “confidenciales” en Cuba, ya ha sido aceptada por los
negociadores de Santos. Ellos se tragaron ese cuento como si éste no
significara nada. La prueba es que uno de los negociadores, sin ser
desautorizado por Santos, lo ha dicho en estos días explícitamente en Bogotá:
el objetivo es obtener “el fin del conflicto”.
Ese fin del conflicto podría durar unos meses, mientras las Farc se
reorganizan y refuerzan. Al conservar las armas, conservarían también una parte
substancial de los guerrilleros (para ocultar las armas hay que
tener gente armada que las oculte). Cuando hayan mejorado su posición, y cuando
lo decidan las dictaduras que alimentan la acción de las Farc (una parte
de los jefes farianos seguirá obviamente en la clandestinidad o fuera del país
tras el acuerdo) la agresión contra Colombia podrá ser reanudada con fuerza
mediante la reactivación de aquella parte de los frentes más experimentados y
cocaineros que no se habían desmovilizado. Y para ello contarán con la
participación diplomática y hasta militar, por qué no, de los poderes vecinos
desesperados.
No habrá pues ni entrega de armas, ni desmovilización real de las
estructuras armadas de las Farc, ni paz. Es decir no habrá nada para Colombia y
si habrá muchas ventajas para los narco terroristas. Una espada de Damocles
penderá sobre el país gracias a esos falsos acuerdos. Eso es lo que Santos y
las Farc pretenden que los colombianos aceptemos y que la comunidad
internacional salude como un gran progreso y como un gran acto de construcción
de paz en Colombia. Lo que seguirá es el premio Nobel de la paz y la
reelección del “presidente más progresista de todos los tiempos”.
Semejante traición a los intereses inmediatos y estratégicos de Colombia y
del continente americano es lo que Santos quiere imponerle a la fuerza al país.
Quien no va tragar entero, sobre todo eso de la amnistía plena para los
curtidos criminales de las Farc, lo de la ley de perdón y olvido que Santos
dictó con el “marco jurídico para la paz”, será el Procurador General de la
Nación, y con él las organizaciones y movimientos uribistas, y las mayoritarias
corrientes auténticamente amantes de las libertades y del país. Y en el campo
internacional habrá el rechazo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y
de la Corte Penal Internacional, y de las Ong, como Human Rights Watch que
vienen diciendo desde hace meses que ni los crímenes de guerra ni los crímenes
contra la humanidad pueden ser amnistiados ni indultados aunque haya en curso
un proceso de transición de la guerra a la paz.
¿Cómo se llegó a esa situación aberrante en que los negociadores de
Santos, que se supone están en La Habana para defender los intereses de
Colombia, terminaron aceptando las propuestas de las Farc?
“Hay una regla general”, advierte el historiador francés Alain Besançon.
“Cuando se está frente a un régimen ideológico, la primera cosa que hay que hacer,
y la línea que hay que mantener hasta el fin, es rechazar sin discusión la
descripción de la realidad que el plantea. Si metemos un dedo en el engranaje y
si aceptamos que en esa descripción hay ‘algo de verdad’, si aceptamos, por
ejemplo, que existen arios y no arios, y que, en consecuencia, existe un
‘problema judío’, estamos perdidos y la voluntad claudicará ante una
inteligencia falseada. No nos quedará otra cosa que suplicar a los ‘arios’ que
resuelvan ‘humanamente’ el ‘problema’. Besançon continua: “En la ideología, ese
‘algo de verdad’ que encierra el poder de seducción, es el lugar mismo de la
mentira y de lo que es más falso. Esta regla se aplica a toda ideología y
particularmente a la ideología comunista”.
Eso es lo que ha ocurrido en los diálogos de La Habana. Cuando los
negociadores de Santos aceptan que hay “algo de verdad” en el planteo de las
Farc de que “el conflicto” fue engendrado “por la pobreza en el
campo” y no por la decisión política unilateral de un partido que quería
tomarse el poder para sovietizar al país, tienen que terminar admitiendo, como
lo han admitido, que hay que hacer el cambio “revolucionario de estructuras”
con y según los gustos de los terroristas.
Si los negociadores aceptan que “hay algo de verdad” en eso de que “hemos
abandonado el campo colombiano”, y que por eso “los hijos de los campesinos no
pueden llegar a las universidades ni pueden recibir servicios de salud”, tal
descripción falsa de la realidad (pues exagerada), los lleva directo
a la impostura de que se debe hacer la “reforma agraria revolucionaria”, que se
debe aceptar la expropiación de las mejores tierras “de los ricos” para
dársela “a los pobres” y que, en último resorte, el
capitalismo debe ser abolido y substituido por un sistema
colectivista. Y que la democracia es un fracaso pues ha causado
tales calamidades.
En eso estamos en esos diálogos de La Habana. Hacia allá van las famosas
“conversaciones de paz” y sin que nada logre parar el chorro demagógico de los
señores Catatumbo y Márquez. Como Santos, para pagarse una imagen de
“presidente progresista”, aceptó discutir las fantasías y mentiras de una
fuerza comunista, ahora están sus negociadores en un limbo teórico y político:
no saben qué decir ni qué proponer. Pues están obligados a seguir esa lógica y
a arrodillarse ante las soflamas de esos derrotados. Por eso toda Colombia,
según ellos, puede y debe ser negociada.
Eso es lo que tiene desesperado y ofendido al país: la actitud inepta y
insidiosa de un Estado democrático que termina capitulando, por
los desatinos egoístas de un mandatario, ante una minoría
terrorista.
Este es un espacio de opinión destinado a columnistas, blogueros,
comunidades y similares. Las opiniones aquí expresadas pertenecen
exclusivamente a los autores que ocupan los espacios destinados a este fin
y no siempre reflejan la opinión o posición de LA OTRA MITAD DE
LAS VERDADES A MEDIAS.
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1 comentarios:
Definitivamente me uno a los mas de 9 o 10 millones de Colombianos que votamos por este malvado,ruin,y maquiavelico "CHUKY" pensando que iba a continuar la obra del major Presidente que ha tenido Colombia: URIBE. Primero, todos los Colombianos a votar por Uribe al Congreso, Segundo: a Chuky lo reeligira su tonta familia, la bobolonga de su hija que no sabe ni caminar, la payasa de su esposa que no sabe ni en donde pararse cuando recibe a esposas de dignatarios, y la peor: La canciller olguin que para lo unico que sirve era para hacerle ojitos al muerto chavestia, despues se le caian las babas por el masburro y ahora que se le caso con Cilia, esta echandole ojos de ternera degollada al frankestein de Jaua, definitivamente que gentuza de cuello blanco, lo que hace el poder y el dinero, se venden a las farc o a cualquier simio que se les aparezca, hay que salir de estos traidores y recuperar la DIGNIDAD NACIONAL.
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