3 de abril
de 2012 | Zona Franca | Por: JOSÉ OBDULIO GAVIRIA
Barreras estaba embelesado; sentía como si el Espíritu Santo lo hubiera escogido a él para predicar el nuevo evangelio de la paz.
"Para defender el plan que hemos diseñado, es necesario no tener
puntos de vista propios; le debe dar lo mismo ocho que ochenta: ese es Roy
Barreras".
El pasado domingo,
desde su Twitter, Jaime Eduardo Botero hizo esta pregunta: ¿a qué horas se
volvió mamerto Roy Barreras? No hay tal.
Barreras no es mamerto.
Él, seamos justos, no es nada. Su mundo se circunscribe a un interés material,
directo e inmediato: acumular feudos de poder burocrático. Y en el empeño es
capaz de todo. Incluso de hacer el papel que está haciendo.
Hace algunos meses,
en oficina muy principal en la Casa de Nariño, se reunieron los funcionarios
que integran el núcleo duro de las políticas de paz, víctimas y tierras del
gobierno Santos.
"Los convocamos
-explicó un alto comisionado a su auditorio- para notificarles que, después de
muchas vueltas y revueltas, hemos escogido como nuestro hombre en el Congreso
al senador Roy Barreras. Para defender el plan que hemos diseñado, es necesario
no tener puntos de vista propios; le debe dar lo mismo ocho que ochenta: ese es
Roy Barreras. Él defendió la Seguridad Democrática de Uribe como si él hubiese
sido su creador y adalid; pero, igual, venía de defender la política de
'solución negociada' de Pastrana. Barreras será el vocero ideal de nuestro lema
'la unión hace la fuerza' ".
Pocos días después,
Barreras estaba sentado frente al alto comisionado. "Senador Roy -le
dijo-: siempre hemos creído que lo importante es el respeto de las diferencias,
al contrario de Uribe, que creía que a los colombianos nos bastaba poner orden
al caos institucional para ganar la paz. Y ese respeto del que le hablo incluye
respetar a todos, incluso a la insurgencia".
Barreras, como le
dictaba su talante, inmediatamente intentó ser más papista que el papa y se
declaró partidario de la logia de la unión (o como se llamara). El comisionado,
distante, lo interrumpió: "Sin una política de paz negociada, continuará
la mala imagen internacional que nos dejó la política de mano dura de Uribe. El
Gobierno sabe que la única manera de ganar el aprecio de las organizaciones internacionales
de derechos humanos y de reconciliarnos con los países vecinos es demostrarles
que Colombia abandona el guerrerismo y se decide por la búsqueda de la solución
negociada del conflicto político armado. Todo nuestro plan, senador, lo
escribimos desde 1997, y, como verá, lo hemos cumplido al pie de la
letra".
El comisionado, con
gesto hierático, entregó al senador un texto lujosamente impreso, en el que se
leía: 'Destino Colombia, Proceso de planeación por escenarios, 1997'. Barreras
miraba absorto al comisionado. Estaba embelesado; sentía como si el Espíritu
Santo lo hubiera escogido a él para predicar el nuevo evangelio de la paz. Y a
un "espiritusanto" con burocracia sí que nunca le iba a negar
Barreras sus servicios.
"Nosotros
-continuó el comisionado- ya estamos en contacto directo con la insurgencia.
Autorizamos el viaje a Cuba de Mauricio, 'el médico', de quien sabemos es el
verdadero cerebro del secretariado. Mauricio está instalado en La Habana y
próximamente se le unirá Granda. Ellos comparten plenamente nuestro proyecto de
paz; se lo han jurado a nuestro embajador en la isla. Con ellos acordamos que,
antes de los acuerdos, debemos tener una política para la paz negociada y la
justicia postconflicto. Y su misión, senador, será defender esa política en el
Congreso".
"¿Cuándo viajo
a Cuba? Comencemos ya mismo a negociar", exclamó Barreras. "Calma
-respondió el comisionado-. Previamente recibirá un curso de inducción para que
domine nuestros lineamientos para la política de paz negociada y de justicia
postconflicto".
La próxima semana
les narraré cómo avanzó el tal curso de inducción del senador Barreras.
Ciudad de México,
abril de 2012
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