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Peláez y Gardeazábal agosto 1 de 2018
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¿Quién dijo diálogo?

5 de abril de 2012 | Reflector | Por: FERNANDO LONDOÑO HOYOS
Algo muy serio parece estar fallando en la formación de las nuevas generaciones en lo tocante al comportamiento y al sentido de patria.
Impecable manejo le dio el Gobierno al arduo tema de la liberación de los secuestrados. Tuvo tacto, determinación y claridad.
El festival mamerto de Piedad Córdoba se quedó ensayado, y como en las buenas faenas el Presidente remató con estocada en todo lo alto. Sin restarle importancia a lo que se hacía, recordó, en el mejor momento, que nos quedaban 700 colombianos por recibir. Y que sin ellos, o cuando menos sin noticia precisa de lo que con ellos ha ocurrido, no se daría un paso adelante.
Siguiendo esa sencilla línea argumental, no habrá de qué hablar mientras las Farc no devuelvan a los miles de niños que se robaron de sus hogares y que utilizan en los más abyectos menesteres. Como tampoco será posible ninguna aproximación con sembradores de minas que se nieguen a retirarlas o cuando menos a dar noticia exacta de su ubicación.
Por descontado se da que esas formas elementales de reparación tienen que llegar de la mano de manifestaciones explícitas de no repetir esta lista de crímenes atroces. Como tampoco serán imaginables asaltos a los pueblos ni ataques a la infraestructura de vías o transmisión eléctrica, o a los medios de transporte o a las industrias básicas de la Nación.
Pero cumplidos estos requisitos esenciales, queda pendiente la primera y fundamental de las tareas. Mientras las Farc no abandonen el narcotráfico, con entrega real y efectiva de sembrados de coca y amapola, de laboratorios y cristalizaderos, de rutas y de cómplices, no hay para qué pensar en que sean interlocutores de nada o para nada. La cocaína y la amapola son los combustibles que alimentan todas las guerras. No cabe, entonces, la mala mentira de que se pueda hablar de paz dejando intactas las condiciones de la guerra.
Estamos seguros de que este Gobierno no cometerá los errores del pasado, incluyendo el que causó tan grave daño en la desmovilización de los grupos paramilitares. Por no exigir el desmantelamiento del negocio de la coca, se tuvo que pagar el altísimo precio político que se conoce. La cuestión no es recibir fusiles, que tan fácilmente se remplazan por otros, sino recibir combatientes que dejan de serlo para incorporarse de buena fe a la sociedad que han maltratado tanto.
Por supuesto que no paran aquí los complejos asuntos que el debate plantea. Porque las Farc, y particularmente quienes las utilizan con fines políticos, pretenden convertirse en una especie de Asamblea Constituyente. El comandante Chávez, desde Venezuela, las señoras Córdoba y Cuartas, cierto congresista Cepeda, los curas Giraldo y De Roux sueñan con que diálogos de paz se llame una especie de foro en el que Colombia decida su estructura política y las líneas maestras de su economía y su forma de organización social. Lo que nunca lograron por las armas. Para lo que jamás han conseguido el favor del pueblo, lo pretenden por la puerta trasera de los diálogos que piden.
Queden desde ahora definidos los alcances de los diálogos que se proponen en nombre de la paz. Si en ellos se buscan formas de justicia sustitutiva de la tradicional, medios para que dejen las armas quienes con ellas tanto han atormentado al pueblo colombiano, podrá pensarse en gestos de generosidad y grandeza. Pero que se sepa de una vez que los diálogos de que se habla no pueden ser la ocasión para convertir en factores fundamentales de la política colombiana a quienes no tienen más mérito que el delito. En otras palabras dicho, que los diálogos no sean un Golpe de Estado encubierto. Es lo que quieren sus promotores. Y es lo que los ciudadanos no aceptaríamos jamás.
Desde esta perspectiva fundamental corresponderá examinar estas conversaciones. Porque está claro lo que buscan quienes las proponen. Y también está claro lo que jamás aceptaríamos los que seguiremos creyendo en la Democracia.

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