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Pelea de tropas

16 de enero del 2011 |  OPINIÓN | Por Mauricio Vargas
La supuesta pelea entre Uribe y Santos la quieren animar sus tropas, pero ninguno de los dos comandantes la desea

Ni Uribe ni Santos desean una pelea, eso lo están animando otras tropas.

A mediados de la semana, los más conspicuos furibistas y los más agudos antiuribistas -algunos en el propio seno del gobierno- coincidieron de manera dramática: voceros de ambos bandos aseguraron, como si hubiesen sido testigos presenciales del encuentro entre el presidente Juan Manuel Santos y el expresidente Álvaro Uribe, que el lunes 10, durante el almuerzo que sostuvieron en compañía de sus esposas, en la finca del exmandatario en Rionegro, terminaron por tirarse los restos de la bandeja paisa a la cara.

Que Uribe le reclamó de manera airada los nombramientos de María Ángela Holguín, en la Cancillería, y de Juan Camilo Restrepo, en Agricultura. Que Santos le respondió que él estaba obligado a crear un ambiente de concordia para superar la crispación creada por Uribe. Que Uribe le dijo a Santos que su gobierno andaba dedicado a perseguir a los funcionarios del exmandatario. Que Santos le contestó que esas eran cosas de la Justicia, que para qué se habían metido en líos esos funcionarios. Y luego sí, un chicharrón en la cara del uno, y una cucharada de frisoles aventada a la cara del otro.

Mientras los antiuribistas se frotaban las manos, conscientes de que semejante desenlace gastronómico obligada a Santos a tomar definitiva distancia de Uribe, los furibistas también hacían fiesta, porque eso les daba la razón: Santos era un traidor. Y abierta y declarada la guerra entre el Presidente y su mentor, cualquier lío jurídico que se les viniera encima a estos últimos, podían atribuirlo a cuestiones políticas.

Pasé dos días dedicado a mis propias averiguaciones sobre el almuerzo y pude establecer que las cosas no ocurrieron así. El ambiente fue cordial desde el saludo hasta la despedida, y Uribe se comportó desde el principio como el gobernado que comprende que está ante el gobernante. Como gobernado, se sintió con derecho a expresar opiniones, siempre en tono de respeto. Dijo que había ciertos riesgos en las leyes de víctimas y de tierras y, a pedido de Santos, detalló sus reparos. El Presidente tomó nota, y expresó sus propias opiniones. Hubo desacuerdos, tramitados con amabilidad.

Hablaron de la emergencia invernal y luego, de las relaciones exteriores. Uribe dijo que ojalá Hugo Chávez, "que no es un hombre sincero ni agradecido", no vaya a traicionar la confianza que el gobierno de Santos ha depositado en él. Santos aclaró que sabía que la apuesta de acercamiento a su "nuevo mejor amigo" era arriesgada, que mantenía sus propias prevenciones y que, en todo caso, si al final las cosas salían mal, nadie podría culpar a Colombia.

El único reclamo de Uribe tuvo que ver con las llamadas telefónicas que la canciller María Ángela Holguín hizo al presidente panameño, Ricardo Martinelli, y a algunos cancilleres para que sus gobiernos no concedieran más asilos a funcionarios de Uribe. El exmandatario dijo que había un complot jurídico-político en su contra y que el asilo era un derecho en estos casos. Santos respondió, en el mismo tono tranquilo que Uribe usó para reclamar, que esos asilos le hacían daño a la imagen de Colombia como Estado de derecho, y ponían en entredicho los logros institucionales del mandato de Uribe.

Eso y poco más. Hablaron de las elecciones de octubre y Uribe dejó en claro que más que apoyar candidatos a alcaldías o gobernaciones, piensa respaldar programas. Santos dijo que él, como Presidente, está obligado a mantenerse al margen. Los dos se cuidaron.

No soy ingenuo: claro que, entre ellos, hay prevenciones y distancias. Pero, a diferencia de lo que ocurre con algunos de sus subalternos y troperos, ni Uribe ni Santos quieren una pelea abierta en la que ambos, consciente cada uno del poder del otro, saben que saldrían perdiendo. Al menos por ahora y por un buen rato.

mvargaslina@hotmail.com

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