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Peláez y Gardeazábal agosto 1 de 2018
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Telebobelas

22 de enero del 2011 |  OPINIÓN | Por Rafael Nieto Loaiza
Si no fuera por lo que sufren los venezolanos de a pie, sería de carcajadas la tragicomedia que protagoniza el chafarote mayor. Un día se despacha contra la oposición, ganadora de las elecciones por mucho que el sistema, hecho a la medida del chavismo, se las haya birlado…

Al otro, con su asamblea moribunda, hace expedir una ley habilitante que echa por el suelo lo que quedaba de remedo democrático y lo faculta para burlarse de la voluntad popular y legislar sobre lo divino y lo humano. Poco después invita a un diálogo con unos contradictores que, según él mismo, “están haciendo política” y ofrece renunciar por algunos meses a las facultades autoritarias de la ley habilitante. Un gesto que reconoce un viejo zorro como Teodoro Petkoff y que aquí aplaude el editorialista de El Espectador. Piensan con el deseo y pecan de ingenuos. Al día siguiente, el Teniente Coronel se arrepiente y repite, para que no haya duda, que usará la “habilitante” durante todos los 18 meses por la que se la ofrecieron.

De paso, por sugerencia del mismo personajillo de Miraflores, sacan del aire una telenovela colombiana dizque porque ‘Venezuela’, uno de los personajes, es una malosa impenitente, y una de sus mascotas, ‘Huguito’, es un perro malcriado que, como las moscas, deja sus excrementos ahí por donde va pasando. Según el Gobierno venezolano, el programa “promovía la intolerancia política y racial, la xenofobia y la apología del delito”. No he visto la novela, porque no veo ninguna, pero dio donde era: hacía tiempo no había visto un apodo tan bien puesto como el del incontinente can de marras.

Que las dictaduras no tienen sentido del humor y son hipersensibles, no es noticia. Que mientras lo convertimos en nuestro mejor amigo el ciclotímico tiranuelo se dice y se desdice, tampoco. Lo que no sabíamos es que mientras tanto el Gobierno Nacional ha decidido suspender la construcción de ocho batallones, anunciados el año pasado, para reforzar el control de las fronteras. A echarnos pues la bendición, no vaya a ser que el personaje de marras amanezca un día rebotado con Colombia y ordene un paseíto de botas y uniformes por este lado. No habría con qué contenerlo.

Mientras tanto, el Gobierno anuncia que los militares y policías que cometan cierto tipo de delitos serán recluidos en las prisiones del Inpec. Un gesto para la galería, hay que decirlo, que por estos días aplaude cualquier cosa. Porque lo que justifica el tratamiento diferencial no es el fuero militar, que aquí nada tiene que ver, ni el tipo de delito que hayan cometido, ni el monto de la pena, sino el hecho de que la seguridad de los uniformados estará en peligro si los juntan con aquellos a quienes alguna vez persiguieron. Si lo que se busca, con razón, es poner fin a la burla de ciertos militares prisioneros a sus condiciones de reclusión, abusos a todas luces censurables, lo que hay que hacer es cambiar éstas, no poner en peligro sus vidas. Incluso, si se quiere, entréguenle al Inpec el control de los establecimientos carcelarios militares y policiales. Aunque no habría que olvidar que también en las narices del instituto penitenciario algunos presos han celebrado y aun celebran francachelas y comilonas. Las fiestas y las parrandas sexuales no son patrimonio exclusivo de encarcelados y abusivos militares. Si no que le pregunten a los narcos. Y a Berlusconi.

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