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De las bacrim y otras yerbas

30 de Junio de 2011 | OPINIÓN | Por: Fernando Londoño Hoyos
No encontramos diferencias entre bandidos. Si el Gobierno las sabe, que las explique.
   Le va tan mal al presidente Santos con la asignatura que más comprometido lo tiene, la de la Seguridad, que ya no la aprueba ni con el coro ayer unánime de sus conversos favoritos.

    Quien haya leído la columna dominical de María Isabel Rueda lo tendrá bien entendido. Después de las zalemas de rigor, vienen los fuetazos. Que se limitan a decir lo que todo el mundo sabe desde hace rato, y es que estamos de vuelta a los peores días. Tal vez difiera en el diagnóstico del mal, pues que no habla de la pobre conducción de la guerra, ni de la que se libra, brutal y sin piedad, contra los soldados que ayer nos defendían afrontando todos los riesgos. Esa guerra jurídica, que ya tocó la Fuerza Aérea, les ha quitado a las tropas lo único que no puede perder un Ejército que combate, que es el corazón. Pues la señora Rueda, que no se distancia en sus amargas críticas de las que hace su vecina de columna, Salud Hernández-Mora, revela lo que muchos sabían sin decirlo: volvió la vacuna.

    La vacuna es el síntoma terrible de la desesperanza. El que paga sabe que no tiene autoridad que lo defienda, bien porque no existe o porque no lo quiere defender, o porque no se atreve a intentarlo. Desde luego que lloverán las declamaciones sobre la confianza que a cada ciudadano le merecen las Fuerzas Militares, y las condenas a quienes se atreven a insinuar lo contrario. Pero si las guerras se ganaran con discursos y propaganda, Goebbels no se habría suicidado.

    Se han reducido dramáticamente las deserciones de los guerrilleros. Pero eso también tiene una explicación. Y es que los hay muy pocos y esos pocos andan tan hundidos en la selva, que no oyen las voces que quieren rescatarlos. Seguro. Por eso, los que andan en las ciudades dando golpes y preparando otros. Los que vuelan carros de la Policía con nuestros muchachos adentro. Los que atacan los pueblos. Los que cometen masacres espantables. Los que acosan los campamentos petroleros, son descarriados, que se salieron de la selva por error y no saben cómo volver a ella. Los que están volviendo a reclutar niños y siembran cada día más minas y lanzan cilindros y asesinan candidatos, y amenazan alcaldes, esos no existen. Son impresiones. Exageraciones de la extrema derecha.

    Pero lo que más nos ha impresionado de la incompetencia con que se está manejando la materia es la actitud de los ministros del Interior y de Defensa sobre la propuesta de las bacrim. Aceptemos que puede ser un bluf. Los ha habido tantos. Aceptemos que con ellas no hay negociación política posible, que de otra parte no están pidiendo. Aceptemos que el señor obispo de Montería haya sido engañado. Aceptemos todo eso. Pero mandar al diablo esa posibilidad, sin examinarla, es una insensatez sin atenuantes.

    Dice monseñor que quieren entregarse cinco mil. Y que llegarían con sus fusiles y con noticia precisa sobre los cultivos que protegen, los laboratorios donde producen la cocaína, las rutas y los cómplices para sacarla de Colombia. Como quien dice, traen la paz entera del país. Y no les hablamos.

    Dicen los ministros que las bacrim son organizaciones criminales que no merecen la atención del Gobierno. Las Farc y el Eln, en cambio, son grupos políticos con los que se habla de política. Es un mal chiste. Entre los unos y los otros no hay diferencia alguna. Son igualmente perversos, igualmente caóticos en su estructura y malvados en sus fines y sus medios. Y, de paso, viven de lo mismo. De la cocaína y de tal cual secuestro. Y de tal cual extorsión. Y de tal cual asalto.

    El presidente Santos no se ha lucido con el huevito de la seguridad. Y lo quieren llevar a cometer, con las bacrim, el peor de los errores.

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